El genio de Zorrilla como poeta de su tiempo se advierte en la fluidez y musicalidad de sus versos y en sus temas inspirados en leyendas medievales y de la época imperial de corte popular. Pero sin duda la obra a la que debe su fama es a «Don Juan Tenorio» (1844).

Nació en Valladolid y estudió en las universidades de Toledo y Valladolid. Publicó cuarenta obras, en su mayoría historias nacionales, entre 1839 y 1849. Se hizo popular en el entierro de Mariano José de Larra donde leyó como homenaje: «A la memoria del joven literato don Mariano José Larra» (1837). A pesar de que desde ese mismo instante tuvo éxito no consiguió salir de las estrecheces económicas pues era un gran dilapilador. Miembro de la Real Academia Española en 1848, con tan solo 31 años de edad leyó su discursó de investidura en verso.

En 1850 se translada a Francia y en 1855 a México. Fue nombrado director del Teatro Nacional por el emperador Maximiliano. De regreso a España, en 1866, comprobó que pese a la extraordinaria popularidad que había alcanzado su obra no podía cobrar derechos de autor. Vivió en la pobreza hasta que obtuvo una pensión del Gobierno. En 1889 fue coronado como poeta laureado de España en Granada por el duque de Rivas en presencia de la reina regente Isabel II.

OBRA

El genio de Zorrilla como poeta de su tiempo se advierte en la fluidez y musicalidad de sus versos y en sus temas inspirados en leyendas medievales y de la época imperial de corte popular. Destacó más en la épica, con largos poemas narrativos como el «Conocidísimo». A buen juez mejor testigo inspirado en la leyenda toledana del Cristo de la Vega, aunque la crítica señala como el mejor de este género «Granada» (1852), un canto a la civilización árabe que se dio en la España medieval, tema que en la época romántica resultaba de un exotismo apasionante.

Su enorme obra poética se publica en sucesivos libros que se inician con «Poesías» en 1837 ampliado en posteriores ediciones hasta la de 1840, al que le siguen otros como los «Cantos del trovador» (1840-1841), una serie de leyendas españolas escritas en verso, «Recuerdos y fantasías» (1844), «La azucena silvestre» (1845) y, por último, «El cantar del romero» (1886).

Pero Zorrilla es ante todo un autor dramático que consiguió el favor del público sin restricciones siguiendo los esquemas teatrales del siglo de Oro español y manteniendo la intriga durante toda la obra que sólo se resuelve en los últimos momentos. Todos lo directores de teatros madrileños querían piezas suyas que él satisfacía escribiendo sin descanso. Entre sus principales obras dramáticas figuran «El puñal del godo» (1843), «Don Juan Tenorio» (1844), «Más vale llegar a tiempo que rondar un año» (1845), «El rey loco» (1847), «La creación y el diluvio universal» (1848) y «Traidor incofeso y mártir» (1849).

De su prosa, injustamente menos valorada, sobresalen un libro de memorias sobre su estancia en México, «La flor de los recuerdos» (1855-1859), y su autobiografía: «Recuerdos del tiempo viejo» apareció en 1880.

DON JUAN TENORIO

Pero sin duda la obra a la que José Zorrilla debe su fama es a «Don Juan Tenorio» (1844), la obra teatral española más popular y que se sigue poniendo en escena todos los años -especialmente la noche del 1 de noviembre- desde su estreno.

El argumento de la obra parte de la leyenda de Don Juan, pero el satanismo del protagonista no tiene el carácter metafísico del enfrentamiento entre el ser humano y Dios sino que representa un pecador libertino y fanfarrón al que el amor puede redimir consiguiendo que en el último extremo haga un acto de contricción, se arrepienta de sus pecados y alcance la vida eterna, lo cual está muy cerca de la doctrina católica del perdón y por supuesto muy lejos de la moral puritana protestante según la cual las acciones del ser humano son las que le proporcionarán premio o castigo en la otra vida.

La obra es tan popular que muchos de sus versos se han convertido en expresiones del lenguaje cotidiano, cantidad de estrofas forman parte del acerbo cultural español y algunas de sus escenas constituyen tópicos representables en cualquier circunstancia, desde la llamada «escena del sofá» (en la que don Juan declara su amor a doña Inés) hasta el desafío achulado entre don Juan y don Luis por ver quién ha conseguido más conquistas en un año.

Lo que no cabe duda es que el éxito de la obra se debe a que tiene un final feliz para el espectador ya que el amor triunfa y además reconforta saber que a pesar de las barbaridades que se cometan en la vida si uno se arrepiente en el momento adecuado no pasa nada, a pesar de que el autor haya querido mantener a su personaje dentro de la tradición donjuanesca y su arrepentimiento lo haya hecho en condicional: «…que si es verdad / que un punto de contricción / da al alma la salvación / de toda una eternidad, / yo, santo Dios, creo en ti…» aunque en el acto anterior hubiera retado al cielo y proferido el gran sacrilegio que dejaba al espectador sobrecogido mientras caía el telón: «¡Llame al cielo y no me oyó, / pues que sus puertas me cierra, / de mis pasos en la tierra / responda el Cielo, no yo».