Sabías que un 6 de enero de 1867, nació este destacado escritor y cuentista chileno.
Es considerado el «maestro del cuento» en Sudamérica. Unas de sus grandes obras son «Sub Terra» y «Sub Sole».
Nació en Lota, centro minero cercano a Concepción y falleció en Santiago. Hijo de José Nazario, administrador de minas, que le animaba a la lectura diaria. Baldomero Lillo trabajó en las minas y en el comercio. Estudió en el liceo de Lebu, pero lo abandonó antes de terminar las humanidades. A los 31 años decidió venir a Santiago con la intención de convertirse en escritor. Influyó notoriamente el hecho de que sus hermanos Samuel y Emilio ya hubieran tomado el camino de las letras.
Su cuento «Juan Fariña», ganó el concurso literario organizado por la revista Católica, en 1903. dos años más tarde ingresó como articulista a la revista Zig-Zag y colaborador del diario Las Ultimas Noticias. Para poder mantenerse debió aceptar, además, un trabajo administrativo en la Universidad de Chile, conoció a otros escritores en la «Colonia Tolstoiana» y, tras una incursión en la poesía, publicó los libros de cuentos «Sub Terra» (1904) y «Sub Sole» (1907). Los primeros entregan un panorama desolador. Hombres aniquilados por la servidumbre del trabajo, se muestran empeñados en cumplir tareas que no les interesan, sólo les preocupa el dinero para llevar a los hogares. Por sus páginas desfilan inválidos, huérfanos y viudas, que forman parte del mundo brutal y agotador de las minas de carbón.
La publicación de Sub Terra trajo mayor preocupación por el tema social de los mineros y de las industrias, donde correspondía realizar una urgente intervención del Estado para mejorar las condiciones de trabajo de estos sectores. Los del segundo, más elaborados literariamente, tratan más lo costumbrista y lo dramático. Considerado maestro del cuento en Sudamérica, Lillo fue traducido al inglés y otras lenguas.
Falleció el 10 de septiembre de 1923.
LA CHASCUDA
La historia tal como nos la narró el hacendado es más o menos así: Hacía ya dos años que era juez de distrito en X, empezó nuestro amigo, cuando las hazañas de «La Chascuda» me obligaron a tomar cartas en el asunto para investigar lo que hubiese de verdad en los fabulosos cuentos que relataban los campesinos acerca del misterioso fantasma que traía aterrorizados a los caminantes que tenían precisión de pasar por la Angostura de la Patagua.
El primer mes pasaron de doce los viajeros que tuvieron que habérselas con él, y este número fue en aumento en el segundo y tercer mes hasta que, por fin, no hubo alma viviente que se atreviese a cruzar sin buena compañía por el sitio de la temerosa aparición. Este estaba situado en la medianía de la carretera que va desde mi hacienda, Los Maitenes, hasta el pueblo de X.
Llamábasele la Angostura de la Patagua porque ahí el camino atravesaba una profunda zanja, cavada por las aguas lluvias al borde mismo de una hondísima quebrada en cuya ladera arraigaba una patagua gigantesca. Las ramas superiores cruzaban por encima de la carretera y cubrían el extremo inferior del foso. Aquel lugar, verdaderamente siniestro y solitario, era el que había elegido La Chascuda para sus apariciones nocturnas. Todos los que la habían visto estaban acordes en la descripción del fantasma y en los relatos que hacían de los detalles del encuentro. Referían que, al llegar a la zanja, un poco antes de pasar por debajo de las ramas de la patagua, el caballo deteníase de improviso, daba bufidos y trataba de encabritarse y que, cuando obligado por el látigo y la espuela descendía al foso, súbitamente se descolgaba del árbol, y caía sobre la grupa del animal, un monstruo espantable cuya vista producía en los jinetes tal terror, que la mayoría se desmayaba con el susto.
El cuerpo del fantasma, con brazos y piernas descomunales, estaba cubierto de un pelaje largo y rojizo. La mitad del rostro era de hombre y la otra mitad era mujer. Pero lo que caracterizaba a la aparición y le había dado el nombre que tenía era su peculiarísima cabellera dividida en dos partes desde la nuca hasta la frente. En el lado derecho que correspondía al rostro de hombre era blanca como la nieve y estaba alisada y peinada cuidadosamente. En cambio, en el lado izquierdo que correspondía al rostro de mujer era negra y enmarañada como chasca de potranca chúcara.