Durante el período parlamentario, los partidos políticos utilizaron diferentes estrategias para captar la votación popular. Una de las consecuencias de la Guerra Civil de 1891 fue el término de la intervención del Ejecutivo en la designación de los candidatos a la presidencia. Sin embargo, la intervención electoral continuó a lo largo del régimen parlamentario. Los partidos políticos contaron con dos grandes mecanismos para captar al electorado: el cacicazgo y el cohecho. Ambas prácticas marcaron la vida política de gran parte del siglo XIX.

El cacicazgo consistió, sobre todo en las zonas rurales, en la importancia que adquirieron ciertos personajes (en su mayoría grandes propietarios) que poseían una disciplinada clientela. Estos caciques se transformaron en el nexo entre el Estado y el electorado, lo que significó para los partidos que bastaba contar con el apoyo del cacique para dar por sentado el apoyo de todos aquellos electores vinculados a él. Además, el cacique comenzó a reclutar gente entre medianos y pequeños propietarios que muchas veces le debían favores, generando verdaderas redes clientelistas.

En el siglo XIX y parte del XX, el cacigazgo y el cohecho fueron prácticas habituales del período. Este último consistía en la compra de votos por parte de los partidos políticos y fue efectivo en las zonas urbanas. El cohecho fue una práctica extendida por Europa y el resto del continente americano. Entre los principales vicios electorales se contaban las falsificaciones de los votos, el robo de registros y la inscripción de fallecidos.

Sin embargo, las denuncias por corrupción y por la falta a la ética de estos hábitos electorales fueron aumentando a medida que nos acercamos a 1920, fecha en que el régimen parlamentario hará crisis.